A partir de la década de los años sesenta apareció
algo nuevo en la percepción del mundo.
La percepción de la destrucción de la naturaleza,
de que algo anda mal en la concepción del progreso, en el dominio de la ciencia
sobre la naturaleza, en las promesas incumplidas del desarrollo.
Problemas tales como: contaminación del aire
y de los recursos hídricos y del suelo; de la deforestación y pérdida de
biodiversidad; de la erosión, desertificación y pérdida de fertilidad de la
tierra; del calentamiento global y el enrarecimiento de la capa estratosférica del
ozono; de la degradación de la calidad de vida de la gente, fueron considerados
producto del crecimiento económico.
En 1972 en la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo, se
revelan los límites físicos del planeta para proseguir la marcha acumulativa de
la contaminación, de la explotación de los recursos naturales y del crecimiento
demográfico.
En la década de los ochenta, la ONU crea la Comisión mundial sobre medio ambiente y desarrollo para evaluar los procesos de degradación ambiental y la eficacia de las políticas ambientales para enfrentarlos.
Luego de tres años de estudios,
discusiones y audiencias públicas sobre esta problemática, la Comisión publicó
sus conclusiones en 1987 en un documento intitulado «Nuestro Futuro Común»,
conocido también como el informe Bruntland.
El
informe Bruntland busca un terreno común donde plantear una política de
consenso capaz de disolver las diferentes visiones e intereses de países,
pueblos y grupos sociales que plasman el campo conflictivo del desarrollo
sostenible. Así empezó a configurarse un concepto de sustentabilidad como
condición para la sobrevivencia del género humano, buscando un esfuerzo compartido
por todas las naciones del planeta.
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